Todo el mundo tiene derecho a irse, y aunque me duele, vos no sos la excepción. Eso es lo que aprendí mientras te veía armar tus valijas, cuando mi corazón se rompía y no lograba entender como es que vos ya no me querías tener. Mientras veía como te ibas comprendí que, aunque me doliera, yo ya no era lo que vos eras para mi, y tu lugar, nuestro lugar, ya no era lo suficiente para poder calmar tu necesidad.
Sabía que no podía pedirte que te quedaras porque eso era totalmente injusto para vos y porque, principalmente, esa ya no era tu obligación, o más bien nunca lo fue.
Yo sabía que no podía pedirte que te quedaras, así como también sabia que vos no me podías pedir que te esperara, porque esa no era mi obligación. No podía esperarte sin saber a ciencia cierta si algún día te atreverías a volver, no podía parar mi mundo cuando el tuyo seguía sin mi.
También comprendí que no podía culparte por tomar esa decisión. Me costo horrores entender que aunque me involucre, esa decisión no me concernía y tampoco podía cambiarla, no podía culparte por querer algo que no fuera yo y eso dolía en el centro de mi egoísmo.
Todo el mundo tiene derecho a irse, y lo sé porque tuve que aceptarlo cuando vos te fuiste.
Sabía que no podía pedirte que te quedaras porque eso era totalmente injusto para vos y porque, principalmente, esa ya no era tu obligación, o más bien nunca lo fue.
Yo sabía que no podía pedirte que te quedaras, así como también sabia que vos no me podías pedir que te esperara, porque esa no era mi obligación. No podía esperarte sin saber a ciencia cierta si algún día te atreverías a volver, no podía parar mi mundo cuando el tuyo seguía sin mi.
También comprendí que no podía culparte por tomar esa decisión. Me costo horrores entender que aunque me involucre, esa decisión no me concernía y tampoco podía cambiarla, no podía culparte por querer algo que no fuera yo y eso dolía en el centro de mi egoísmo.
Todo el mundo tiene derecho a irse, y lo sé porque tuve que aceptarlo cuando vos te fuiste.
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